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Primavera absoluta |
Primavera absoluta

16/17MAY2024|20:00H

Teatro de la Maestranza |
20:00 h.
Director | Marc Soustrot

Inmaculada Almendral | “Primavera” (Estreno absoluto)
Wolfgang Amadeus Mozart | Concierto para clarinete y orquesta, en La mayor, K.622
Serguei Prokofiev |  Sinfonía nº 5, en Si bemol mayor, Op. 100

Clarinete | JOSÉ LUIS FERNÁNDEZ SÁNCHEZ

Director | MARC SOUSTROT

Primavera absoluta | Notas al programa
Primavera absoluta
Notas al programa

El presente concierto tiene el aliciente de presentar el estreno absoluto de una obra contemporánea, Primavera, de Inmaculada Almendral, siguiendo el paso de las estaciones que caracteriza esta temporada. Si no es demasiado frecuente escuchar cómo una orquesta ofrece por primera vez al público una obra acabada de componer, tampoco lo es disfrutar de un concierto que se aparta de los instrumentos más habituales y además presenta al clarinete. Por otra parte, Prokofiev quiso brindarnos en su Quinta sinfonía un mensaje optimista, un deseo (¿primaveral?) del “renacer” humano.

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Inmaculada Almendral: “Primavera” (Estreno absoluto)

Compositora granadina, muy vinculada a la ciudad de Sevilla como profesora en el Conservatorio Superior y en la Escuela Superior de Arte Dramático, y a este Teatro de la Maestranza por sus dieciséis años como encargada de los subtítulos de las óperas representadas.

Su labor musical está muy vinculada al mundo escénico, desde que en 1990 funda con Juan Dolores Caballero la compañía Teatro del Velador y compone la música de sus espectáculos. Con la convicción de que la música en el teatro es “viva, estructural y comunicadora”, ha colaborado además con el CAT, Histrión Teatro, La Cantera o Atalaya Teatro, y escrito para compañías de danza (Svo-zos, El patio) y de marionetas, ( En busca del bosque perdido) aparte de su obra puramente sinfónica (Castillo de damas).

Encargada por la ROSS, la autora hablaba de Primavera  durante el proceso creativo:  “va teniendo brotes, poco a poco llenando de vida el silencio y el caos”.

Serguéi Prokofiev: Sinfonía nº 5, en Si bemol mayor, op. 100.

La imagen de Prokofiev es la de un músico que supo combinar lo neoclásico y lo revolucionario, las formas tradicionales y un lenguaje musical moderno.  Sus tempranas audacias le llevaron a un desencuentro con sus maestros del conservatorio. Un viaje a Londres le puso en contacto con Diaghilev, al que no le convenció el ballet que le había encargado, y que se convertiría en la Suite escita (1914). En 1915, y a través de Diaghilev,  tuvo lugar su presentación en Roma, como solista de su Segundo concierto para piano, que tuvo un gran éxito.

Después de la Revolución de 1917, Prokofiev dejó Rusia con la bendición oficial del ministro soviético Lunacharski y residió en los Estados Unidos y Alemania antes de establecerse en París en 1923, ganándose la vida como compositor, pianista y director de orquesta. Tras algunos viajes a la URSS, volvió definitivamente en 1936, en lo peor de las purgas de Stalin. Estrenó varias obras con notable éxito, pero dos años más tarde se le prohibió abandonar la URSS y se convirtió en un compositor oficial, a las órdenes del régimen, con un estilo más tradicional y volcado hacia el folklore, según las directrices del realismo socialista. Sin embargo, produjo obras maestras como los ballets Romeo y Julieta y La Cenicienta,  música para las películas épicas de Eisenstein y la Quinta sinfonía, la más interpretada de las suyas.

Como Shostakovich, Prokofiev sufrió en sus relaciones con el poder soviético. A los dos compositores (y a  Kachaturiam y otros músicos) les afectó mucho el decreto de Zhdánov en 1948, que les acusaba de “desviaciones formalistas y tendencias musicales antidemocráticas”, lo que llevaba consigo la prohibición de sus obras y la retirada de privilegios. Como una ironía del destino, Prokofiev murió el mismo día que Stalin, por lo que su muerte no tuvo el eco que se merecía.

Escrita en 1944, la Quinta sinfonía (de las siete que compuso) se integra en las grandes obras del período de la guerra y está impregnada de un sentimiento de victoria, a la que no es ajena la experiencia de la música para Alexander Nevski e Iván el Terrible. Con ella, el compositor vuelve al género sinfónico, tras catorce años de interrupción. El propio autor dirigió el estreno en el Conservatorio de Moscú, en enero de 1945, coincidiendo con una importante victoria del ejército ruso sobre los alemanes. La sinfonía tuvo un gran éxito, y Prokofiev consiguió su propósito de crear “una sinfonía de la grandeza del espíritu humano, una canción de alabanza de la humanidad libre y feliz”.   La obra está dividida en cuatro movimientos:

Andante

Representa lo que Prokofiev visualizaba como la gloria del espíritu humano. Bajo una forma de sonata, presenta y desarrolla dos temas. El primero, largo y solemne, establece el tono del movimiento. El segundo, tiene un carácter lírico y levemente oriental. Un episodio de tono humorístico precede al desarrollo, en el que los dos temas se mezclan, y que desemboca en una apoteosis de rica polifonía orquestal y en una coda reforzada por los metales. Se considera la cima del pensamiento sinfónico de Prokofiev.

Allegro marcato

El segundo movimiento es un scherzo en el típico modo toccatta, usado por Prokofiev con frecuencia, que enmarca una parte central en forma de danza tradicional, de gran dinamismo. Emplea también un tema de Romeo y Julieta que no incluyó en el ballet. Sigue una atmósfera tranquila con un tema de vals, hasta que regresa el primer tema cuya progresión rítmica conduce a un final desbocado.

Adagio

Tras una bella y nostálgica melodía, algún pasaje evoca la sonata “Claro de luna” de Beethoven. Este lirismo se transforma en un  clímax dramático antes de regresar al modo sereno. En su parte central, una mezcla de tonos fúnebres y grotescos recuerda el mundo de Mahler, y el movimiento concluye recuperando la bella y ensoñadora cantilena del comienzo.

Allegro giocoso

Presenta un eco apagado del heroísmo del movimiento inicial, pero el clarinete introduce un nuevo motivo de carácter alegre. Un episodio de melodía muy trabajada contrasta con lo anterior hasta que aparece otro tema de cierta solemnidad, pero luego regresa el tema popular con un gran frenesí. La obra finaliza de forma sorprendentemente escueta entre fuertes contrastes rítmicos.  Arrebatador y pleno de optimismo, el final es un himno a la humanidad y a la civilización.

Juan Lamillar

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