Concierto para piano en Sol mayor. I mov - Ravel
Concierto para piano en Sol mayor - I mov - Ravel
XXXI TEMPORADA DE CONCIERTOS 2020-2021
TEATRO DE LA MAESTRANZA
Sábado 23 de Enero – 16:30 horas y Domingo 24 de Enero de 2021 – 12:00 horas (2º de abono Ciclo 30 Aniversario)
PROGRAMA
MAURICE RAVEL (1875-1937)
Concierto para la mano izquierda para piano y orquesta, en Re mayor (1929-30)
Lento – Allegro – Tempo I
MARCOS FERNÁNDEZ-BARRERO (1984)
Nocturno sinfónico * (2017)
Obra ganadora del IX Premio de Composición A.E.O.S.-Fundación BBVA con la colaboración del I.N.A.E.M.
1.Somnolencia
2.Pesadilla
MAURICE RAVEL (1875-1937)
Concierto para piano y orquesta, en Sol mayor (1929-31)
I.Allegramente
II.Adagio assai
III.Presto
JUAN PÉREZ FLORISTÁN Piano
JUAN LUIS PÉREZ Director
NOTAS AL PROGRAMA
Como es habitual todos los años, la ROSS es una de las intérpretes del Premio de Composición AEOS-Fundación BBVA, que en su IX edición fue concedido al compositor barcelonés Marcos Fernández Barrero (n. 1984) por su obra Nocturno sinfónico. Licenciado en piano por la ESMUC, Fernández Barrero estudió composición en el Real Conservatorio de Escocia y también en el Royal College of Music de Londres. A lo largo de su trayectoria ha recibido una veintena de galardones internacionales, que incluyen el de la Société Royal d’Harmonie (en Bélgica), el de la SGAE Fundación Autor, el Premio de Composición de la OSPA, etc.
La música de Fernández Barrero recoge un amplio abanico de influencias, que van desde el folklore céltico al jazz, el flamenco, la New Age, el pop y la música cinematográfica. Dentro de su catálogo encontramos tanto música sinfónica como camerística, para piano, ópera y bandas sonoras que han sido interpretadas por orquestas y conjuntos de Europa, Asia, Australia y América.
Nocturno sinfónico está escrita para piano, cuerda, flauta, oboe, clarinete, fagot, trompa, trompeta y timbales y es una obra que el compositor ha ido madurando durante años. Está inspirada, según Fernández Barrero, “en los mágicos y misteriosos estados psicológicos que se dan con frecuencia en el descanso nocturno. Me interesa lo que sucede en la mente cuando no estamos pensando ni decidiendo, lo que hay en el subconsciente”.
Esta idea de trasladar el mundo de los sueños, “elemento al que le dedicamos mucho tiempo a lo largo de nuestra vida, pero que olvidamos a la mañana siguiente”, parte de mutar un sueño en otro, y a su vez en otro, como un personaje que cambiara en un escenario a lo largo de la noche.
Con esa idea de cambio, de tránsito, la obra empieza con un La en el vibráfono que “poco a poco va mutando en otras notas, con otros sonidos, hasta que paulatinamente el sueño dulce con el que nos habíamos ido a la cama se va convirtiendo en algo tan diferente como es una pesadilla”.
Desde el punto de vista musical, con Nocturno sinfónico Fernández Barrero ha buscado “un cierto punto de innovación musical en relación con las texturas, para explorar lo que se puede hacer con una orquesta, en un camino de indagación idiomática que a la vez respeta lo que es ejecutable por una sinfónica”.
En el resto del programa encontramos los dos conciertos para piano de Maurice Ravel. En un caso sin precedentes en la historia de la música, el compositor escribió ambos a la vez. En realidad su idea inicial era componer el Concierto en Sol mayor, a finales de 1929, pero entonces recibió otro encargo del que hablaremos más adelante. Ravel ya había tenido en 1906 la idea de escribir un concierto sobre temas populares vascos pero nunca llegó a elaborar más allá de unos esbozos. Sin embargo, tras su exitosa gira por los Estados Unidos de 1928, regresó a Francia fascinado con el jazz, los espirituales negros y las jazz-bands. Quiso volcar el espíritu de esa música en el célebre “blues” central de su Sonata para violín y piano y todavía apelaría a ella en los dos conciertos. Pero su propósito original, según confesaría en 1931, sería el siguiente: “Escribir un concierto genuino, o sea, una obra brillante, claramente realzada por el virtuosismo del solista, sin querer mostrar explícitamente profundidad”. Para ello tomó como modelo los dos músicos que, según él, mejor ilustraban estas características: Mozart y Saint-Saëns. De ahí que primeramente pensara en denominar a la obra Divertimento. También brindó Ravel las claves de cada uno de los tres movimientos: “El ‘allegro’ inicial, una estructura clásica compacta, es sucedido por un ‘adagio’, en el que quise rendir un homenaje particular al “escolasticismo” y que he tratado de escribir lo mejor que he podido. Para concluir tenemos una viva forma de rondó, concebida en concordancia con las más inmutables tradiciones”.
También destaca el Concierto en Sol por una orquesta más reducida, a fin de aligerar, según el autor, las texturas. El primer movimiento, “alegremente” comienza con el piccolo exponiendo una suerte de danza popular de una alegría desaforada, en el que se dejan sentir, gracias a la fantasía de la orquestación, sonoridades “mecánicas”, como de caja de juguetes (no olvidemos la afición de Ravel por las figuritas animadas). El piano irrumpe con arpegios, pero no será hasta varios pasajes después que desarrolle un tema nostálgico que nos trae a la memoria a Gershwin, al que Ravel tuvo la oportunidad de conocer, y del que se afirma que le pidió que le diera clases. Este tema es ejecutado, a turnos, por el clarinete, la trompa y la trompeta, pero el piano acaba por arrebatárselo y termina de desarrollarlo, furioso. Luego, el movimiento nos conduce a dos milagrosas ‘cadenzas’, concluyendo con cierto aire orientalizante.
Después, Ravel nos presenta el “adagio assai”, de inequívoco regusto mozartiano, en el que el piano repite la misma gozosa y meditativa letanía hasta la extenuación, en una suerte de esquiva huida de la orquesta, que se empeña en glosarlo y hasta de confiar el tema del solista al corno inglés.
Todo concluye con un alocado “presto” en 2/4 en el que Ravel juega con la transformación de tres temas, en una alocada carrera entre piano y orquesta que es ganada por el primero. El músico confió el concierto a la pianista Marguerite Long (que ya había estrenado obras suyas, como la versión original de Le tombeau de Couperin) y realizó con ella unas exitosas giras, que constituyeron su última alegría, antes de sumirse en una enfermedad neurodegenerativa que le impediría escribir nada más.
El Concierto para la mano izquierda es la obra gemela del Concierto en Sol. Como hemos dicho, Ravel trabajaba en este cuando le llegó un encargo: el pianista Paul Wittgenstein, hermano del filósofo Ludwig Wittegenstein, contactó con él para hacerle un encargo. Dado que había perdido el brazo derecho durante la Primera Guerra Mundial, estaba prosiguiendo su carrera encargando a diversos compositores partituras que se adecuaran a su discapacidad.
Ravel encontró interesante el reto y decidió aparcar momentáneamente el Concierto en Sol, pensando que sería interesante el contraste entre ambas partituras. Y si el primer concierto tenía vocación de divertimento, con sus ritmos sincopados y su orquestación aligerada y sensual, en la nueva obra plantearía un carácter sombrío, incluso hasta intranquilizador. Sin duda alguna, esto se debía a la razón de su origen, el devastador conflicto cuyas heridas aún palpitaban en toda Europa, y en el que Ravel participó como conductor de ambulancias. Sin embargo, también aquí está presente el jazz y se alude de nuevo a Saint-Saëns, cuyos estudios para la mano izquierda estudió Ravel antes de escribir el concierto. Aunque sólo consta de un movimiento, se aprecia una estructura tripartita: lento-allegro-lento.
Si bien comienza con la exposición temática de la orquesta, desarrollada posteriormente por el piano, propia del concierto tradicional, Ravel decide que el espíritu del jazz, con su carácter improvisado, aligere el clímax turbio del principio. En realidad, ese espíritu jazzístico se irá desarrollando a lo largo del concierto, nutriéndose de los temas presentados al comienzo de la partitura. Al final de la obra tiene lugar una “cadenza” considerada el gran momento de la misma, en la que Ravel logra la ilusión de hacer creer al oyente que el intérprete está valiéndose de las dos manos, tal es la endiablada exigencia técnica de esta parte. Sin embargo, la irrupción, un tanto violenta, del tema inicial del concierto pone punto final al conjunto, desvaneciéndose la música como si se la llevara el viento.
Aunque Wittgenstein aceptó la obra (llegó a rechazar un concierto que Prokofiev le envió), decidió a hacer una serie de cambios sin consultar a
Ravel, con la pretensión de “mejorarla”. Esto irritó al músico, que quiso desautorizarle y presentar la versión original con el pianista Jacques Fevrier. Aunque finalmente, Wittgenstein y él acercaron posturas, aceptando el pianista ejecutar el concierto tal y como se había escrito.
Aunque el Concierto para la mano izquierda es algo menos popular que el anterior, y se interpreta menos, debido precisamente a esa exigencia técnica, debemos considerar la concepción de su autor como partituras contrastantes y complementarias, que resulta muy reconfortante escuchar juntas en una misma velada.
Martín Llade