CICLO OTOÑO: ABONO 5
Biography
TEATRO DE LA MAESTRANZA – Jueves 17 y Viernes 18 de Diciembre de 2020 – 19:00 horas
PROGRAMA
LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770-1827)
Sinfonía nº 6, en Fa mayor, Op. 68 “Pastoral” (1808)
Gratas impresiones al llegar al campo (Allegro ma non troppo)
Escena en el arroyo (Andante molto moto)
Alegre encuentro campestre (Allegro)
Tempestad (Allegro)
Canto de pastores y acción de gracias tras la tormenta (Allegretto)
LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770-1827)
Sinfonía nº 5, en Do menor, Op. 67 (1807-8)
Allegro con brio
Andante con moto
Allegro. Allegro presto
GYÖRGY GYÖRIVÁNYI RÁTH Director
Nota de programa
El 16 ó 17 de diciembre de 1770 vino al mundo Ludwig van Beethoven, por lo que este concierto que cierra el ciclo de otoño coincide exactamente con los 250 años de su nacimiento. La ROSS será dirigida por György Ráth en esta ocasión tan especial, despidiendo el año Beethoven con dos de sus sinfonías más populares, que además fueron correlativas, la Quinta y la Sexta. De hecho, dado que ambas fueron presentadas en el mismo concierto, inicialmente fueron presentadas con una numeración inversa, que cambió en la edición de las partituras. Este concierto fue nada menos que un maratoniano festival de cuatro horas en el Theater an der Wien el 22 de diciembre de 1808 dedicado íntegramente al genio de Bonn. En la misma velada se presentaron también, entre otras, la Fantasía Coral y el Concierto para piano nº 4, en el que Beethoven dirigió por última vez desde el piano, con catastróficos resultados.
Curiosamente, dentro del catálogo beethoveniano las sinfonías célebres son las impares: la 3º, la 5º, la 7º y la 9º. Sólo la nº 6, la Pastoral parece haber escapado a esta norma, constituyendo una obra aparte dentro de este ciclo sinfónico.
Si bien Beethoven siempre concibió sus sinfonías y conciertos con la idea de que fueran música abstracta, sin ninguna referencia visual o argumental (con la excepción de los versos del Himno a la alegría), aquí cambió por completo el concepto. Ya Antonio Vivaldi tuvo la idea de describir la naturaleza en sus famosos conciertos de Las cuatro estaciones, pero ignoramos si Beethoven tenía conocimiento de este ciclo, ya que en su tiempo el compositor veneciano había sido olvidado por completo. La idea parece habérsela inspirado El retrato musical de la naturaleza o Gran sinfonía, obra de Justin Heinrich Knecht, estrenada en 1785. Ya en ella está presente tanto la atípica división en cinco movimientos, como los elementos pastoriles, el canto de los pájaros, la descripción del curso de un riachuelo y el estallido de una tormenta. Naturalmente, Knecht, lo formuló en un lenguaje propio del clasicismo, muy distinto del que Beethoven había desarrollado a partir de la Tercera.
Como a muchos otros compositores la naturaleza constituía para él una suerte de vía de escape de las penalidades cotidianas (“amo más a un árbol que a un hombre”, llegó a afirmar), y en su caso, le atormentaba la sordera, que ya le había incomunicado recientemente del resto del mundo. En cierta ocasión Beethoven describió con gran dolor cómo paseando por el bosque un amigo le señaló el canto de un pájaro que él ya no acertaba a escuchar.
Acaso con objeto de rescatar aquellas sensaciones perdidas con la privación del sentido que consideraba que más perfecto debía ser en él, elaboró esta obra maestra precursora del poema sinfónico que décadas después desarrollarían autores como Berlioz y Liszt. De hecho, el francés escribiría su Sinfonía fantástica en 1830, también en cinco movimientos, ciñéndose a un argumento y recreando en un determinado momento algunas estampas bucólicas que inequívocamente son reminiscencias de la Pastoral.
Lejos de dejar a la imaginación del público lo que pretendía recrear, Beethoven fue inusualmente explícito, titulando de la siguiente manera los movimientos: Gratas impresiones al llegar al campo, Escena en el arroyo, Alegre encuentro campestre, Tempestad y Canto de pastores y acción de gracias tras la tormenta. Recreaba así, en una apasionada declaración de amor a la naturaleza, la espesura de los bosques y las criaturas que en ellos moran, entre animales y pastores, sólo distraídos de su alegría por las ocasiones inclemencias del tiempo.
A pesar de que el citado concierto de estreno acabó resultando un tanto árido para el público y de que la orquesta apenas ensayó la obra, muy pronto los presentes se vieron conquistados por la descripción del curso del arroyo a través de los acariciantes tresillos de la cuerda, y de la vívida imitación de los distintos tipos de canto de las aves, con la flauta transformándose en ruiseñor, el oboe en la codorniz, y dos clarinetes en el cuco. “Esta es más la expresión de los sentimientos ante la naturaleza que una pintura de la misma” afirmó Beethoven, que para los tres movimientos finales añadió tres trompas más, haciendo que se interpretaran concatenados. La tormenta resultó además de lo más espectacular, gracias al añadido de tres trombones y un piccolo. Respecto al movimiento final, se plantea en forma de coral, como un agradecimiento de los pastores a Dios por el cese de la tempestad, que Beethoven anota de su puño y letra en la partitura: “Herr, Wir danken dir” (Señor, te damos las gracias).
Sin embargo, la Sinfonía nº 5 será siempre la más célebre de Beethoven y la Quinta por excelencia de la historia de la música. A fuerza de tanto repetirlo parece manida la afirmación de que el músico parece manifestar aquí su rabiosa resistencia a la pérdida del oído en el momento en el que su carrera parecía despegar de forma espectacular, adentrándose en un lenguaje rupturista que marcaría para siempre en la historia de la música. Él mismo, en su testamento de Heiligenstadt de 1802, desechaba la idea del suicidio, al menos hasta que hubiera dado forma a toda la música que bullía sentir en su interior.
En realidad, aunque no se hubiese quedado sordo, Beethoven ya era un inconformista que indignaba a su maestro Haydn con unas audacias que ni él, ni el resto de vacas sagradas de la música vienesa, eran capaces de comprender. Por otro lado, el carácter del músico, sin pelos en la lengua, profundamente independiente, y consciente de su grandeza hasta el punto de no rendir jamás pleitesía ni a los nobles que lo apoyaban económicamente, ya era así antes de su tragedia personal y como mucho, sólo se acentuó.
Por otro lado, no es desechable la idea de cierta pose estética en ese dolor, en el que todas las luchas que él entabla contra la desesperación (o el destino) se saldan con su victoria moral (un buen ejemplo de ello sería el peculiar carácter, desconcertante para muchos, del “adagietto” de su Sinfonía nº 7).
En la Quinta el destino irrumpe de forma brutal a través de cuatro golpes secos llamando a su puerta (sol-sol-sol-mi). Nunca antes una enunciación tan escueta se había convertido en el tema articulador de una obra musical. A partir de lo que es menos un esbozo, reiterado hasta la obsesión, el compositor erige todo el “allegro con brío” inicial, de una violencia insólita para su tiempo. El público que lo escuchaba por vez primera sentía una consternación por esta suerte de batalla encarnizada, en lugar de diálogo, entre las diversas secciones instrumentales, ya que se tenía una concepción muy amable hasta entonces del término “sinfonía”. Incluso hasta Goethe expresó que la audición de este movimiento, tocado al piano por Mendelssohn tres décadas después, le causaba la desasosegante sensación de que el suelo iba a hundirse a sus pies.
Después de este tormentoso inicio, la sinfonía parece encontrar un remanso de calma en el “andante con moto”, construido a partir de cuatro variaciones que enlazan dos ideas distintas, pero en el que se alude sutilmente al amenazador motivo inicial de la obra. Respecto al tercer movimiento, es un “allegro”, en lugar del scherzo o minueto que hubiera debido esperarse.
A partir de la célula temática de los golpes del destino, Beethoven construye un tema vigoroso y heroico, que luego la orquesta repetirá en pianissimo antes de un crescendo que conduce al apoteósico movimiento final. Beethoven enriquece la orquesta para esta espectacular conclusión con un piccolo, un contrafagot y tres trombones, siendo la primera vez que aparecían en una plantilla sinfónica. A partir de ese momento se desata un desenfreno sin pausa que convierte las angustias del “allegro” inicial en un triunfo absoluto, primero de Beethoven sobre sí mismo y sus complejas circunstancias vitales y después de la música en general. No es de extrañar que, consciente de sus extraordinarias capacidades, el compositor llegara a afirmar tras firmar obras como la presente: “la música es el vino que inspira nuevas creaciones y yo soy Baco, que prensa este vino para los hombres y los embriaga espiritualmente”.
Martín Llade