11/12SEP2025|20:00H
GUSTAV MAHLER: Sinfonía nº2, en Do menor “Resurrección”
Soprano: Emőke Baráth
Mezzosoprano: Emily D'Angelo
Coro del Teatro de la Maestranza y Joven Coro de Andalucía
Director de coro: Marco García de Paz
Director: Lucas Macías
Notas al programa
Que la nueva temporada y el estreno de Lucas Macías como director titular de la orquesta arranquen con una obra de las dimensiones, arquitectura e intensidad de la Sinfonía Resurrección de Mahler es toda una declaración de intenciones. Cuando aún no se han extinguido en nuestros oídos los jubilosos versos de la Oda a la Alegría con la que cerrábamos el ciclo sinfónico en julio, se cierne sobre nosotros, alzándose de profundis sobre sus cinco movimientos oceánicos, la “gran barrera de coral” mahleriana. Lo que en Beethoven era anhelo de universal fraternidad y contemplación del Gran Hacedor cósmico, será aquí, en las voces del Coro de la Maestranza y el Joven Coro de Andalucía, plenitud del ser y afirmación de eternidad, la abismal destrucción de la muerte.
Sobre los pilares de tres sinfonías mahlerianas -esta segunda, pero también la quinta y la sexta, que se interpretarán en enero y mayo, siguiendo el ciclo de las estaciones- se sustenta la presente temporada de la ROSS. Es inevitable volver a la célebre afirmación mahleriana: “Una sinfonía debe ser como el mundo. Debe contenerlo todo”. La interpretación de este santuario sonoro, con su tránsito desde la sombra y el dolor de la muerte, hacia la más celestial luminosidad de un coro infinito, es el arco triunfal con el que damos inicio a una nueva etapa de la orquesta que quiere “contenerlo todo”.
Aunque Gustav Mahler (1860-1911) viviera poco más de una década del siglo XX, antes de resucitar más allá de las armonías pitagóricas, es el gran compositor del zozobrante siglo pasado y todavía del inquietante presente. “Mi tiempo llegará”, había anunciado tras la fría recepción de sus sinfonías cuando solo era reconocido como el todopoderoso director de la Ópera de Viena. Norman Lebrecht explica así la razón de su permanente actualidad en su biografía sobre el compositor, “¿Por qué Mahler? CÓmo un hombre y diez sinfonías cambiaron el mundo”:
“Mahler es un compositor para hoy, un creador de música que interactúa con lo que sienten los músicos y los oyentes en un mundo cambiante y amenazante. Nunca predica ni prescribe, nos habla como un ser humano sensato, sonriente y paciente, siempre intentando descifrar el significado de la vida. Mahler vive. Aquí y ahora”.
¿Puede una sinfonía cambiar nuestro mundo?
Abundan en la literatura musical los testimonios de personas a quienes la audición de esta obra ha cambiado la vida y ha hecho las veces de bautismo místico y sinfónico. En 1997 nuestra orquesta la interpretó a las órdenes del excéntrico y quijotesco millonario Gilbert Kaplan (1941-2016), que la convirtió en la razón de su existencia tras escucharla a los veintitrés años: “Yo entré en la sala siendo una persona y salí de ella siendo otra distinta”. Kaplan no solo estudió dirección musical para acabar dirigiéndola ante más de cincuenta orquestas o firmar la grabación mahleriana más vendida de la historia, sino que adquirió y editó el manuscrito que, tras su muerte, fue subastado en Londres por más de cinco millones de euros, doblando el importe que se había pagado por los originales de nueve sinfonías de Mozart.
La presencia esta noche de la soprano húngara Emöke Baráth y de la mezzosoprano canadiense Emily D’Angelo -que anunciará la irrupción de la voz humana en el cuarto movimiento, preludio del coro final-, es un aliciente más para disfrutar de una obra eterna en su concepción.
Complejos de Edipo
Mahler dio inicio a esta partitura en 1888. El primer movimiento, Totenfeier (“Pompas fúnebres”) fue primeramente construido como un poema sinfónico y presentado al mítico director Hans von Bülow (1830-1894) -padre de la moderna dirección- quien, llevándose las manos a los oídos le espetó: “‘Si eso es aún música, entonces ya no comprendo nada de música. Comparado a esta pieza, el Tristán de Wagner parece una sinfonía de Haydn”. El comentario, en el que no hay que dejar de advertir la singular complejidad mahleriana, sumió a nuestro compositor en una crisis creativa que provocó que aparcara el proyecto. Años más tarde, en 1894, precisamente durante las honras fúnebres de Bülow, Mahler sentiría la revelación que lo conduciría a culminar su segunda sinfonía al escuchar un coral con el texto del poeta Friedrich Gottlieb Klopstock (1724-1803) Aufersteh’n (“Resurrección”) que daría origen al quinto movimiento, ese inmenso himno, un cántico de gloria y celebración:
“¡Para volver a florecer has sido sembrado!
Oh créelo, corazón mío, créelo:
¡Nada se pierde de ti!”
Así, la sinfonía, concebida como un réquiem para el héroe -o “Titán”- de su primera entrega, se transformó en un retablo de ánimas jubilosas, en un réquiem inverso donde, en palabras de Mahler: “Un glorioso sentido del amor nos penetra con el conocimiento de sabernos salvados”.
No han faltado valoraciones psicoanalíticas respecto al carácter edípico de esta sinfonía, retomada en el lecho de muerte de un padre musical. Era el aire de su siglo. El 26 de agosto de 1910 un derrotado Mahler se sometió a una larga sesión psicoanalítica con Sigmund Freud a quien confesaría su terrible miedo a la muerte (había visto morir a siete de sus trece hermanos). “Tuve muchas oportunidades de admirar la capacidad psicológica de aquel hombre genial”, escribió Herr Sigmund.
“¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?”
Así parafrasea el Apóstol de los Gentiles las palabras del profeta Oseas al proclamar la resurrección cristiana, sin embargo, Mahler, que en el año 1897 se había bautizado católico (acaso por ser condición necesaria para acceder al podio de la Ópera de Viena), evitó dar una dimensión doctrinaria a su música, válida, en su anhelo de trascendencia, para todos:
“¡Oh dolor! ¡Tú, que todo lo colmas!
¡He escapado de ti!
¡Oh muerte! ¡Tú, que todo lo doblegas!
¡Ahora has sido doblegada!”
Movido por el escaso entusiasmo e incomprensión de los críticos, Mahler aclaró el sentido de cada movimiento en una suerte de guion programático. Así, tras las honras fúnebres con las que arranca la sinfonía y donde el autor se hacía las más graves preguntas “¿Qué es esta vida y esta muerte? ¿Tenemos una existencia más allá?”, en el andante el compositor recordaría la dulzura de la existencia que se vería confrontada en sus aspectos más grotescos en el scherzo. La música de este tercer movimiento procede de un lied de “El cuerno mágico de la juventud”, compilación de textos populares a los que Mahler volvía una y otra vez. En la “Predicación de Antonio de Padua a los peces” se manifiesta irónicamente el carácter antidogmático de la Sinfonía: tras escuchar atentamente la catequesis del santo los peces se marchan a otra cosa… Otro lied del abundante “cuerno mágico”, Urlicht (“luz primordial”) ilumina el cuarto movimiento donde se exponen “las preguntas y las luchas del alma humana por Dios”. Llegamos así al quinto y final sobre el que el autor nos dirá: “el gran crescendo que se inicia en este punto es tan tremendo e inimaginable que yo mismo no sé cómo lo he logrado”.
¿Qué añadir que no sea ya el mismo coro celestial que nos disponemos a escuchar?
“Resucitarás, sí, resucitarás”.
José María Jurado García-Posada